Este mes abrimos un pequeño
camino de reflexión sobre tres dimensiones en la vida de la familia: la fiesta,
el trabajo y la oración.
Iniciamos diciendo que los días
de descanso son una invención de Dios,
"El
séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que
había emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó
de hacer la obra que había creado" (Gn 2,2-3)
Dios mismo nos enseña la
importancia de dedicar un tiempo a contemplar y a gozar de lo que en el trabajo
se ha hecho bien.
Por tanto, la fiesta o los días
de descanso, no es la pereza de estar en el sofá o la emoción de diversiones vacías.
La fiesta es sobre todo una mirada amorosa y agradecida por el trabajo bien
hecho. Se festeja el trabajo.
Los esposos, en su matrimonio,
festejan el trabajo del tiempo de noviazgo, es el tiempo de la fiesta de ver
crecer a los hijos, o los nietos, de mirar la casa, los amigos y la comunidad
que los rodea.
Puede suceder que esta fiesta
llegue en circunstancias difíciles y dolorosas, se celebra quizás con un nudo
en la garganta, sin embargo le pedimos a Dios la fuerza para celebrarla.
También en el ambiente del
trabajo, sin dejar de lado los deberes, es bueno un toque de fiesta, celebrar
un cumpleaños, un matrimonio, un nuevo nacimiento, una despedida o una llegada
es importante hacer fiesta. Son momentos de unión que: ¡Nos hacen bien!
El verdadero tiempo de la
fiesta interrumpe el trabajo profesional, y es sagrado, porque recuerda al
hombre y a la mujer que están hechos a imagen de Dios, que no son esclavos del
trabajo, sino señores.
Desafortunadamente hay hombres,
mujeres e incluso niños esclavos del trabajo y ¡esto va contra Dios y contra la
dignidad de la persona humana!
El tiempo de descanso, sobre
todo el del Domingo, está destinado a nosotros, para que podamos gozar de lo
que no se produce ni consume, no se compra ni se vende. Sin embargo, vemos que
el consumismo y el materialismo quieren comerse también la fiesta, que la
reducen a una forma de hacer dinero y gastarlo.
El tiempo de la fiesta y el
descanso es sagrado, porque Dios lo habita de una forma especial. La Eucaristía
del Domingo lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su presencia, su
amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con nosotros… Y así cada realidad
recibe su sentido pleno: el trabajo, la familia, las alegrías y las fatigas de
cada día, también el sufrimiento y la muerte; todo es transfigurado por la
gracia de Cristo.
La vida familiar, vista a
través de los ojos de la fe, nos parece mejor que los cansancios que implica.
Nos aparece como una obra de arte de sencillez, bella porque no es falsa, sino
capaz de incorporar en sí todos los aspectos de la vida verdadera.
La fiesta es un valioso regalo
que Dios ha hecho a la familia humana: ¡no la arruinemos!
Cfr. Audiencia Papa Francisco 13 de agosto del 2015.
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