La Iglesia sabe bien que esta situación contradice el sacramento del matrimonio; sin embargo su mirada viene siempre de un corazón de Madre, que animado por el Espíritu Santo, busca siempre el bien y la salvación de las personas. Es por esto que siente el deber de “discernir bien las situaciones”, por ejemplo, distinguiendo entre quién ha sufrido la separación y quién la ha provocado.
Debemos mirar estas nuevas uniones con los ojos de los niños, pues son ellos quienes más sufren. Es urgente desarrollar en nuestras comunidades una acogida real hacia las personas que viven tales situaciones. Después de todo ¿cómo podríamos animar y aconsejar a estos padres hacer todo para educar a los hijos en la vida cristiana, si los tenemos alejados de la vida de la comunidad?
Debemos mirar estas nuevas uniones con los ojos de los niños, pues son ellos quienes más sufren. Es urgente desarrollar en nuestras comunidades una acogida real hacia las personas que viven tales situaciones. Después de todo ¿cómo podríamos animar y aconsejar a estos padres hacer todo para educar a los hijos en la vida cristiana, si los tenemos alejados de la vida de la comunidad?
El número de estos niños y jóvenes es de verdad grande. Es importante que ellos sientan a la Iglesia como Madre atenta a todos, dispuesta siempre a la escucha y al encuentro.
Es necesaria una fraterna y atenta acogida en el amor y en la verdad, a los bautizados que han establecido una nueva convivencia, después del fracaso del matrimonio sacramental.
Estos hermanos nuestros no están excomulgados, y no deben ser tratados como tales: ellos forman parte siempre de la Iglesia.
La comunidad debe acogerlos y animarlos, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia: con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, con la frecuencia a la liturgia, con la educación cristiana de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz.
La imagen del Buen Pastor (Jn 10, 11-18) resume la misión que Jesús ha recibido del Padre: la de dar la vida por las ovejas. Tal actitud es un modelo también para la Iglesia, que acoge a sus hijos como una Madre que dona su vida por ellos.
Estamos llamados a ser siempre la Casa abierta del Padre, ninguna puerta debe estar cerrada. Todos pueden integrar la comunidad. La Iglesia es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.
Del mismo modo todos estamos llamados a imitar al Buen Pastor. Las familias cristianas podemos colaborar con el cuidado a las familias heridas, acompañándolas en la vida de fe de la comunidad. Cada uno haga su parte asumiendo la actitud del Buen Pastor, que conoce a cada una de sus ovejas ¡y a ninguna excluye de su infinito amor!
Cfr. Audiencia Papa Francisco 5 de agosto del 2015.
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