martes, 4 de diciembre de 2018

La Oración


Nuestra catequesis sobre la familia de este mes está dedicada a la necesidad de la oración.


Una de las quejas más frecuentes de muchos cristianos tiene que ver con el tiempo:

"Debería orar más…; quisiera hacerlo, pero no tengo tiempo"

Esta es una queja sincera, el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y no tiene paz si no la encuentra. Pero para que se encuentre, es necesario cultivar en el corazón un amor “cálido” por Dios, un amor afectivo.

El primer mandamiento utiliza el lenguaje intenso del amor: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu".

¿Podemos pensar en Dios como la caricia que nos mantiene con vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siquiera la muerte, nos puede separar?
Dios piensa en nosotros, nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, ¡y sobretodo nos ama!


Un corazón habitado por el amor a Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia.

Es hermoso cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso! En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración.

La oración es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don para cada uno de nosotros!

El Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, “Padre”, nos enseña a decir Padre precisamente como lo decía Jesús.

Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la que aprendes a decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre.


El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y concurrido, ocupado y preocupado. Siempre es poco, nunca es suficiente. Siempre hay tantas cosas que hacer.

El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la que le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados.

Debemos aprender de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración.

Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olvidemos cada día leer un pasaje del Evangelio. Que la oración brote de la confianza con la Palabra de Dios.

El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendamos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús el que vive entre nosotros.

En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasos difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en la familia sea custodiado por el amor de Dios.

Cfr. Audiencia Papa Francisco 26 de agosto del 2015

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