En este mes reflexionamos un
aspecto muy común en la vida de nuestras familias: la enfermedad. Esta es una
experiencia en nuestra vida, consecuencia de nuestra fragilidad, la enfermedad
la vivimos generalmente en familia, desde niños y sobre todo como ancianos.
En el ámbito de los vínculos
familiares, la enfermedad de las personas que queremos nos llena de sufrimiento
y de angustia. Para un padre y una madre, muchas veces es más difícil soportar
el mal de un hijo, de una hija, que el propio.
La familia, podemos decir, ha
sido siempre el hospital más cercano, son la mamá, el papá, los hermanos, las
abuelas quienes garantizan las atenciones y ayudan a sanar.
Jesús se presenta públicamente
como alguien que lucha contra la enfermedad y que vino para sanar al hombre de
todo mal: el mal del espíritu y el mal del cuerpo. Él nunca fue indiferente,
curar a los enfermos está incluso por encima de la ley, por eso los doctores de
la ley lo perseguían, porque curaba en
sábado. Para Jesús dar la salud y hacer el bien es lo más importante.
Jesús manda a los discípulos a
realizar su misma obra y les da el poder de curar a los enfermos. Recordemos el
episodio del ciego de nacimiento, los discípulos discutían quién había pecado,
si él o sus padres, para provocar su ceguera. El Señor lo dice claramente: ni
él, ni sus padres; sucedió así para que se manifiesten en él las obras de Dios;
y entonces lo cura. He aquí la gloria de Dios, he aquí la tarea de la Iglesia.
Ayudar a los enfermos, no quedarse en las palabras, ayudar siempre, consolar,
aliviar, estar cerca de ellos; esta es nuestra tarea.
"Ante
la enfermedad, también surgen dificultades en la familia, a causa de la
debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad refuerza
los lazos familiares".
Es importante educar a los
hijos desde pequeños en la solidaridad en el momento de la enfermedad. Una
educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana, aridece el
corazón y hace que los jóvenes sean indiferentes al sufrimiento de los demás.
La
debilidad y el sufrimiento de nuestros seres más queridos pueden ser una
escuela de vida y más aún
cuando están acompañados por la oración y la cercanía afectuosa y solidaria de
los familiares.
La
comunidad cristiana sabe que no hay que dejar sola a la familia en la prueba de
la enfermedad.
Esta
proximidad cristiana, de familia a familia, es un verdadero tesoro para la
parroquia; un tesoro de la sabiduría, que ayuda a las familias en tiempos
difíciles y nos hace entender el Reino de Dios.
Cfr. Audiencia del Papa
Francisco 10 de junio del 2015.
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