“Hijo, ¿Por qué nos has hecho
esto? Tu padre y yo te hemos andado buscando llenos de angustia” (Lc 2,48)
Los Evangelios nos narran muy
pocos acontecimientos en la vida de la Sagrada Familia. El único pasaje que nos
presenta a Jesús a la edad de doce años
es el llamado comúnmente “El niño Jesús perdido y hallado en el templo”.
En aquel tiempo a esa edad ya no se era un niño, sino una persona que acaba de alcanzar
la edad de la madurez.
Seguramente esperábamos un
relato hermoso de la Sagrada Familia, quizás la imagen de una familia como la
de los anuncios publicitarios, en la que todos los miembros de la familia son
guapos, sonrientes y luminosos, gozando de una comprensión mutua total y
absoluta. En cambio para nuestra sorpresa, se nos presenta una familia “que
está en crisis”.
María y José son personas
religiosas van al templo para la fiesta de la Pascua, llevan consigo a Jesús
para educarlo religiosamente y repentinamente durante el regreso después de un
día de camino, no lo encuentran. Ellos van a rezar, pero esto no los preserva
de estos problemas familiares. Una madre, un padre pueden comprender la
angustia de no encontrar a un hijo y de no saber en dónde buscarlo.
La Biblia no nos presenta en
absoluto una imagen idealista y abstracta de la familia, sino historias de
familia concretas con problemas, dificultades y desafíos. Familias que
enfrentan el dolor, el mal, la violencia que rompen la vida de la familia y su íntima
comunión de vida y de amor.
Los padres intentamos cuidar a
nuestros hijos, pero no se puede tener siempre el control de todas las
situaciones por las que pueden pasar. Entonces la gran cuestión no es dónde están
nuestros hijos físicamente, con quién están, sino dónde están en un sentido
existencial, dónde están sus convicciones, sus objetivos, sus deseos, su
proyecto de vida. Las preguntas como padres son: ¿dónde están nuestros hijos
realmente en su camino?, ¿dónde está su alma?, ¿lo sabemos, queremos saberlo?
Nos afanamos para que nuestros
hijos puedan estudiar y prepararse, incluso los empujamos para hacer cosas que
nosotros hubiéramos querido hacer, cuando fuimos jóvenes, pero nunca nos
detenemos a escuchar ni siquiera un momento lo que hay en su corazón. José y
María corren este riesgo, con toda la angustia que conlleva, y solo después de
tres días encuentran a Jesús en el templo. Su primera reacción es el asombro,
porque es inevitable que los hijos nos sorprendan con los proyectos que brotan
de su corazón.
La educación entraña la tarea
de promover la libertad y la responsabilidad de los hijos, para que sean
capaces de tomar decisiones con sentido e inteligencia; que sean personas que
comprendan que su vida y la de su comunidad está en sus manos y que esa
libertad es un don inmenso.
Los hijos siempre son un
misterio, sólo el Padre que los creo los conoce a plenitud. Sólo él conoce lo
más valioso, lo más importante, sólo él sabe quiénes son y cuál es su identidad
más profunda.
Un hijo es el reflejo viviente
del amor de Dios, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e
inseparable del padre y de la madre.
Cfr. El Evangelio de la Familia Alegría para el Mundo
IX Encuentro Mundial de las Familias
Dublín Irlanda 21-26 de agosto 2018