miércoles, 27 de febrero de 2019

Las Familias de Hoy parte I


“Hijo, ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos andado buscando llenos de angustia” (Lc 2,48)


Los Evangelios nos narran muy pocos acontecimientos en la vida de la Sagrada Familia. El único pasaje que nos presenta a Jesús a la edad de doce años  es el llamado comúnmente “El niño Jesús perdido y hallado en el templo”. En aquel tiempo a esa edad ya no se era un niño, sino una persona que acaba de alcanzar la edad de la madurez.

Seguramente esperábamos un relato hermoso de la Sagrada Familia, quizás la imagen de una familia como la de los anuncios publicitarios, en la que todos los miembros de la familia son guapos, sonrientes y luminosos, gozando de una comprensión mutua total y absoluta. En cambio para nuestra sorpresa, se nos presenta una familia “que está en crisis”.


María y José son personas religiosas van al templo para la fiesta de la Pascua, llevan consigo a Jesús para educarlo religiosamente y repentinamente durante el regreso después de un día de camino, no lo encuentran. Ellos van a rezar, pero esto no los preserva de estos problemas familiares. Una madre, un padre pueden comprender la angustia de no encontrar a un hijo y de no saber en dónde buscarlo.

La Biblia no nos presenta en absoluto una imagen idealista y abstracta de la familia, sino historias de familia concretas con problemas, dificultades y desafíos. Familias que enfrentan el dolor, el mal, la violencia que rompen la vida de la familia y su íntima comunión de vida y de amor.


Los padres intentamos cuidar a nuestros hijos, pero no se puede tener siempre el control de todas las situaciones por las que pueden pasar. Entonces la gran cuestión no es dónde están nuestros hijos físicamente, con quién están, sino dónde están en un sentido existencial, dónde están sus convicciones, sus objetivos, sus deseos, su proyecto de vida. Las preguntas como padres son: ¿dónde están nuestros hijos realmente en su camino?, ¿dónde está su alma?, ¿lo sabemos, queremos saberlo?

Nos afanamos para que nuestros hijos puedan estudiar y prepararse, incluso los empujamos para hacer cosas que nosotros hubiéramos querido hacer, cuando fuimos jóvenes, pero nunca nos detenemos a escuchar ni siquiera un momento lo que hay en su corazón. José y María corren este riesgo, con toda la angustia que conlleva, y solo después de tres días encuentran a Jesús en el templo. Su primera reacción es el asombro, porque es inevitable que los hijos nos sorprendan con los proyectos que brotan de su corazón.


La educación entraña la tarea de promover la libertad y la responsabilidad de los hijos, para que sean capaces de tomar decisiones con sentido e inteligencia; que sean personas que comprendan que su vida y la de su comunidad está en sus manos y que esa libertad es un don inmenso.

Los hijos siempre son un misterio, sólo el Padre que los creo los conoce a plenitud. Sólo él conoce lo más valioso, lo más importante, sólo él sabe quiénes son y cuál es su identidad más profunda.


Un hijo es el reflejo viviente del amor de Dios, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre.

Cfr. El Evangelio de la Familia Alegría para el Mundo
IX Encuentro Mundial de las Familias
Dublín Irlanda 21-26 de agosto 2018


martes, 5 de febrero de 2019

Familia y Comunidad Cristiana


En la catequesis sobre la familia de este mes, reflexionamos acerca del vínculo entre la familia y la comunidad cristiana. La Iglesia es una familia espiritual y, la familia, es una pequeña Iglesia.

La comunidad cristiana es la casa de quienes creemos en Jesús como fuente de fraternidad entre todos los hombres. La Iglesia camina en medio de los pueblos, en la historia de los hombres y las mujeres, de los padres y las madres, de los hijos y las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor.

Los grandes acontecimientos de las naciones se escriben en los libros de historia. Pero la historia de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios; y es la historia que permanece para la eternidad. La familia es donde se inicia la historia de una vida plena, que terminará con la contemplación de Dios por toda la eternidad en el cielo.


El Hijo de Dios aprendió la historia humana por esta vía y la recorrió hasta el final: nació en una familia y vivió durante treinta años esta experiencia. Después al dejar Nazaret y comenzar su vida pública, Jesús forma en torno a sí una comunidad, una asamblea, es decir una con-vocación de personas. Este es el significado de la palabra Iglesia.

La asamblea de Jesús es una familia acogedora, no es una secta exclusiva, cerrada: en ella encontramos a los apóstoles y a los discípulos, pero también a quien tiene hambre y sed, al extranjero y al perseguido, la pecadora y el publicano, los fariseos y las multitudes.

Para que esta realidad de la asamblea de Jesús esté viva en el hoy, es indispensable reavivar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana. La familia y la parroquia son los dos lugares en los que se realiza esa comunión de amor, que encuentra su fuente última en Dios mismo.


Una Iglesia de verdad, según el evangelio, debe tener la forma de una casa acogedora, con las puertas abiertas.

Reforzar el vínculo entre familia y comunidad cristiana es hoy indispensable y urgente, se necesita una fe generosa para volver a encontrar la inteligencia y la valentía para renovar esta alianza.


Todos tenemos que ser conscientes que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida compartida con todos: la familia y la parroquia tienen que hacer el milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad.


Cfr. Audiencia Papa Francisco 9 de septiembre del 2015.