Vivir se convierte en una
eterna lucha para conquistar lo que a uno le parece que se merece. La palabra
“esperar” en el lenguaje actual se convierte así en una ambición para alcanzar
todo lo que desea el corazón, esperando tener éxito.
No se trata de ninguna manera
de afirmar que Dios ya ha establecido lo que ha de ocurrir en la vida de los
hombres, esto significaría cancelar la libertad humana. La historia de cada
persona es en cambio, la afirmación más grandiosa y extraordinaria de la
libertad de la criatura humana, Dios nunca obliga a nadie a hacer algo, ni
manipula los asuntos humanos.
El Papa Francisco siempre nos
invita a buscar la luz de la Palabra de Dios y nos enseña que la Palabra es
esencialmente una compañera de viaje para todos, no excluye a nadie. No hay
ninguna situación conyugal y familiar crítica en que la Palabra de Dios no
pueda mostrar su cercanía y proximidad. La pregunta fundamental sin embargo es:
¿Qué revela Dios con la luz de su Palabra? La Palabra de Dios nos revela “la
meta del camino”, el punto de llegada de nuestro peregrinar por este mundo.
Es precisamente a partir de
este único punto de llegada, que todos los acontecimientos humanos de la vida
adquieren verdadero gusto y sabor. De este modo, la esperanza significa algo
mucho más grande y profundo, en cada acontecimiento individual hay siempre una
tensión hacia el verdadero destino último del hombre.
Nuestras familias están
llamadas a hacer que, esta verdadera esperanza cristiana se convierta en la
cultura del mundo de hoy: todo esto se experimenta, se realiza y se manifiesta
sobre todo en la familia, en todas aquellas relaciones fundamentales en las que
la experiencia básica del amor nos prepara al Amor eterno de Cristo, el esposo,
con quien todos nos reuniremos en la comunión de los santos.