jueves, 12 de septiembre de 2019

La Cultura de la Vida I


Dios afirma su natural predilección por la familia. El Verbo de Dios viene al mundo en la más absoluta pobreza e indigencia, renunciando prácticamente a todo excepto a una cosa: encarnarse en una familia con una madre y un padre.


San Lucas nos narra en su Evangelio como una vez que María y José encuentran a Jesús en el templo no se da un rompimiento en su relación, sino que por el contrario Jesús “volvió con ellos a Nazaret y vivió sujeto a ellos” (Lc 2,51) y concluye el pasaje de este modo:

“Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”
 (Lc 2,52)

El Evangelio nos enseña las cosas mejores y fundamentales que garantizan el crecimiento de los niños de manera integral.

El primer crecimiento es en “sabiduría”, no debe entenderse como la progresiva adquisición de una gran cantidad de conocimientos o habilidades. El verbo “sapere“, en su sentido etimológico significa gustar el sabor o el significado profundo de la propia vida. En general, pensamos que los años pasan gradualmente, en el transcurso del tiempo uno aprende a descubrir el sabor y el sentido de la vida.


El Evangelio, por otro lado, afirma una verdad que se opone a este pensamiento común, es decir, primero viene el verdadero sabor de la vida y luego sigue el paso de los años. Todo esto significa que cada santo día de la propia existencia, empezando por el primero, siempre debe experimentarse disfrutando de su belleza y profundidad. Solamente con este estilo de vida es posible que también se de la fecundidad de la obra de la gracia divina.
Ciertamente, la gracia de Dios precede siempre cualquier obra humana, pero su eficacia solo es posible si el hombre se hace dócil a su acción.


Finalmente el Evangelio subraya que el crecimiento de Jesús no es un hecho privado que afecte solo a su familia, sino que se realiza “ante los hombres”, es decir, bajo la mirada de todos los que forman parte de la comunidad. Aquí nuevamente el mensaje del Evangelio contrasta con la manera estrecha e individualista de pensar sobre las cosas que conciernen a la familia.


El crecimiento gradual de un pequeño ser humano no es algo que interese y preocupe sólo a sus padres, su evolución y madurez incumbe a todos, porque cada persona es siempre un capital humano para el bien de todos, y todos son llamados para que le sea dado, a cada pequeño ser humano en crecimiento, lo que le permita alcanzar su máximo desarrollo. Estamos ante un verdadero himno de la cultura de la vida, de la cual la familia es el útero original.


El Papa Francisco precisa que “la familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios. Cada nueva vida nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen. Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, porque los hijos son amados antes de haber hecho algo para merecerlo” (AL 166).