Dios afirma su natural
predilección por la familia. El Verbo de Dios viene al mundo en la más absoluta
pobreza e indigencia, renunciando prácticamente a todo excepto a una cosa:
encarnarse en una familia con una madre y un padre.
San Lucas nos narra en su
Evangelio como una vez que María y José encuentran a Jesús en el templo no se
da un rompimiento en su relación, sino que por el contrario Jesús “volvió con ellos a Nazaret y vivió sujeto a
ellos” (Lc 2,51) y concluye el pasaje de este modo:
“Jesús
crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”
(Lc
2,52)
El Evangelio nos enseña las
cosas mejores y fundamentales que garantizan el crecimiento de los niños de
manera integral.
El primer crecimiento es en “sabiduría”, no debe entenderse como la
progresiva adquisición de una gran cantidad de conocimientos o habilidades. El
verbo “sapere“, en su sentido etimológico significa gustar el sabor o el
significado profundo de la propia vida. En general, pensamos que los años pasan
gradualmente, en el transcurso del tiempo uno aprende a descubrir el sabor y el
sentido de la vida.
El Evangelio, por otro lado,
afirma una verdad que se opone a este pensamiento común, es decir, primero
viene el verdadero sabor de la vida y luego sigue el paso de los años. Todo
esto significa que cada santo día de la propia existencia, empezando por el
primero, siempre debe experimentarse disfrutando de su belleza y profundidad.
Solamente con este estilo de vida es posible que también se de la fecundidad de
la obra de la gracia divina.
Ciertamente, la gracia de Dios
precede siempre cualquier obra humana, pero su eficacia solo es posible si el
hombre se hace dócil a su acción.
Finalmente el Evangelio subraya
que el crecimiento de Jesús no es un hecho privado que afecte solo a su
familia, sino que se realiza “ante los hombres”, es decir, bajo la mirada de
todos los que forman parte de la comunidad. Aquí nuevamente el mensaje del
Evangelio contrasta con la manera estrecha e individualista de pensar sobre las
cosas que conciernen a la familia.
El crecimiento gradual de un
pequeño ser humano no es algo que interese y preocupe sólo a sus padres, su
evolución y madurez incumbe a todos, porque cada persona es siempre un capital
humano para el bien de todos, y todos son llamados para que le sea dado, a cada
pequeño ser humano en crecimiento, lo que le permita alcanzar su máximo
desarrollo. Estamos ante un verdadero himno de la cultura de la vida, de la
cual la familia es el útero original.
El Papa Francisco precisa que “la
familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que
llega como regalo de Dios. Cada nueva vida nos permite descubrir la dimensión
más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser
amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen. Esto nos refleja el
primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, porque los hijos son
amados antes de haber hecho algo para merecerlo” (AL 166).