lunes, 19 de agosto de 2019

La Misericordia de Dios y La Indisolubilidad Matrimonial


“Todos cuantos le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas” (Lc 2,47)

El Evangelio nos narra la primera vez que Jesús habla e interactúa con los maestros del templo, sus palabras dejan a todos sorprendidos y asombrados por su inteligencia, Jesús establece un dialogo dinámico y animado, nadie está excluido, su palabra logra llegar a todos.


Todos necesitan la salvación de Dios, y esta redención llega a todos los hombres a través de la misericordia divina revelada en el rostro del Hijo.

Hoy, la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. No existe fragilidad o debilidad humana que anule o detenga la misericordia divina, sino que, al contrario, “una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera” (Misericordia et Misera 1).


Es erróneo y algo engañoso pensar que la acción misericordiosa de Dios es una recompensa que se da a aquellos que han abandonado su miseria. La misericordia de Dios nunca es conquistada o pagada a un alto precio, sino que siempre es dada y ofrecida gratuitamente a todos, para poder abrazar una nueva vida.

Es la experiencia siempre gratuita y sorprendente del perdón de Dios lo que pone en movimiento en el corazón humano un verdadero y sincero deseo de conversión y cambio para una nueva vida.

¡Nadie, absolutamente nadie está excluido de la misericordia de Dios! Incluso para aquellos que por diversas razones permanecen en un estado que no se ajusta al ideal evangélico, los brazos del Padre misericordioso están siempre abiertos.


Nunca hay que olvidar la propuesta de la reconciliación sacramental, que permite colocar los pecados y los errores de la vida pasada y de la misma relación, bajo el influjo del perdón misericordioso de Dios y de su fuerza sanadora.

Es la misericordia divina la clave para entender el proyecto del matrimonio indisoluble: la firmeza y fidelidad de Dios sana, levanta y perdona al hombre herido, pero también le invita a fundar su vida, no sobre arena, sino sobre la roca de su amor.


El don de la indisolubilidad del sacramento del matrimonio no está en duda. La Iglesia sabe muy bien que “toda ruptura del vínculo matrimonial va contra la voluntad de Dios” (AL 291), ya que la indisolubilidad matrimonial es “fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia”

La celebración del sacramento del matrimonio ofrece un “corazón nuevo”: de este modo los cónyuges no sólo pueden superar la “dureza de corazón”, sino que también y principalmente pueden compartir el amor pleno y definitivo de Cristo, nueva y eterna Alianza hecha carne.


Por lo tanto la indisolubilidad matrimonial no es solo un don para los cónyuges, sino para toda la Iglesia.