miércoles, 29 de mayo de 2019

El Gran Sueño de Dios, Parte I


En nuestra catequesis de la familia de este mes iniciamos una reflexión sobre el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y para cada familia.


“¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2.49)

Estas son las únicas palabras que los Evangelios nos trasmiten de Jesús durante su infancia o juventud.

A primera vista podemos percibir una falta de respeto de Jesús hacia José y María, como si estuviera sorprendido e indignado porque los suyos deberían haber conocido la razón de que él estuviera en el templo de Dios, sin necesidad de avisarles.

En realidad detrás de estas palabras se oculta el misterio de su filiación y de la filiación de todo hombre, con Dios. Porque cada hijo del hombre, antes incluso de ser tejido en las entrañas maternas, incluso antes de ser deseado por sus padres (y cuántas veces también indeseado porque llega cuando no había sido programado), siempre ha sido anhelado en el corazón de Dios.


“Cada niño que se forma dentro de su madre es un proyecto eterno del Padre Dios y de su amor eterno. Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto vale ese embrión desde el instante en que es concebido. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del Padre, que mira más allá de toda apariencia” (AL 168)


Los hijos nunca son propiedad de los padres, ellos pertenecen al Padre Celestial y Él tiene para cada uno de sus hijos un sueño tan grande y sorprendente que supera con creces la imaginación y las expectativas de sus padres terrenales.

La pregunta fundamental, por lo tanto es la siguiente: ¿Cuál es el sueño de Dios para todo hombre? ¿Qué es lo que sueña para que realmente cada uno de sus hijos pueda hacer que su vida sea grande y extraordinaria?

Con asombrosa prontitud y profundidad San Juan Pablo II responde a esta pregunta: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo como un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, sino participa en el vivamente”


El amor es más que un movimiento interior del alma o un acto de entrega personal, el amor revelado, encontrado, experimentado y compartido es una Persona concreta, es una Persona Viva, es Cristo mismo que revela el misterio del Padre  y de su amor al hombre y le descubre lo sublime de su vocación.

Dios no tiene ningún sueño de amor abstracto e idílico para cada uno de nosotros, cuando Jesús contesta, ante el asombro de José y María, que tiene que ocuparse de las cosas de su Padre, nos está revelando a cada uno de nosotros el camino verdadero y concreto del amor.


Cfr.
El Evangelio de la Familia Alegría para el Mundo
IX Encuentro Mundial de las Familias
Dublín Irlanda 21-26 de agosto 2018