En nuestra catequesis de la familia de este mes iniciamos una
reflexión sobre el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y para
cada familia.
“¿No
sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2.49)
Estas son las únicas palabras
que los Evangelios nos trasmiten de Jesús durante su infancia o juventud.
A primera vista podemos
percibir una falta de respeto de Jesús hacia José y María, como si estuviera
sorprendido e indignado porque los suyos deberían haber conocido la razón de
que él estuviera en el templo de Dios, sin necesidad de avisarles.
En realidad detrás de estas
palabras se oculta el misterio de su filiación y de la filiación de todo
hombre, con Dios. Porque cada hijo del hombre, antes incluso de ser tejido en
las entrañas maternas, incluso antes de ser deseado por sus padres (y cuántas
veces también indeseado porque llega cuando no había sido programado), siempre
ha sido anhelado en el corazón de Dios.
“Cada niño que se forma dentro
de su madre es un proyecto eterno del Padre Dios y de su amor eterno. Cada niño
está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido
se cumple el sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto vale ese embrión desde
el instante en que es concebido. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del
Padre, que mira más allá de toda apariencia” (AL 168)
Los hijos nunca son propiedad
de los padres, ellos pertenecen al Padre Celestial y Él tiene para cada uno de
sus hijos un sueño tan grande y sorprendente que supera con creces la
imaginación y las expectativas de sus padres terrenales.
La pregunta fundamental, por lo
tanto es la siguiente: ¿Cuál es el sueño de Dios para todo hombre? ¿Qué es lo
que sueña para que realmente cada uno de sus hijos pueda hacer que su vida sea
grande y extraordinaria?
Con asombrosa prontitud y
profundidad San Juan Pablo II responde a esta pregunta: “El hombre no puede
vivir sin amor. Él permanece para sí mismo como un ser incomprensible, su vida
está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el
amor, si no lo experimenta y lo hace propio, sino participa en el vivamente”
El amor es más que un
movimiento interior del alma o un acto de entrega personal, el amor revelado,
encontrado, experimentado y compartido es una Persona concreta, es una Persona
Viva, es Cristo mismo que revela el misterio del Padre y de su amor al hombre y le descubre lo
sublime de su vocación.
Dios no tiene ningún sueño de
amor abstracto e idílico para cada uno de nosotros, cuando Jesús contesta, ante
el asombro de José y María, que tiene que ocuparse de las cosas de su Padre,
nos está revelando a cada uno de nosotros el camino verdadero y concreto del
amor.
Cfr.
El Evangelio de la Familia Alegría para el Mundo
IX Encuentro Mundial de las Familias
Dublín Irlanda 21-26 de agosto 2018