miércoles, 2 de enero de 2019

Comunicar la Fe


Nuestra catequesis de la familia de este mes, es sobre la responsabilidad de comunicar la fe, de transmitirla tanto dentro de la propia familia como hacia afuera de ella.


En un primer momento, podemos recordar esta expresión del evangelio, que parece contraponer los vínculos de la familia y el hecho de seguir a Jesús:

“El que quiere a su padre o a su madre más que mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí”(Mt 10, 37-38).

Naturalmente, Jesús no quiere cancelar el cuarto mandamiento, no nos pide ser insensibles a los vínculos familiares. Al contrario, cuando Jesús afirma el primado de la fe en Dios, no encuentra una comparación más significativa que los afectos familiares.


Los vínculos familiares en el seno de la experiencia de la fe y del amor de Dios, se transforman, se llenan de un sentido más grande y llegan a ser capaces de ir más allá de sí mismos para crear una paternidad y una maternidad más amplias, y para acoger como hermanos y hermanas también a los que están al margen de todo vínculo.

En la familia es donde aprendemos a vivir en el afecto y el amor a los demás, y este es precisamente el lenguaje a través del cual Dios se hace comprender por todos.

La invitación a poner los vínculos familiares en el ámbito de la obediencia de la fe y de la alianza con el Señor no los daña; al contrario, los protege, los desvincula del egoísmo, los custodia de la degradación, los pone a salvo para la vida que no muere.


La vivencia de un estilo familiar en las relaciones humanas es una bendición para todos los pueblos: vuelve a traer la esperanza a la tierra. Cuando los afectos familiares se dejan convertir al testimonio del Evangelio, hacen tocar con la mano las obras que Dios realiza en la historia.

Una sola sonrisa, milagrosamente arrancada a la desesperación de un niño abandonado, que vuelve a vivir; un solo hombre y una sola mujer, capaces de arriesgar y sacrificarse por un hijo de otros y no sólo por el propio, nos explican el obrar de Dios en el mundo más que mil tratados teológicos. Estos gestos del corazón son más elocuentes que las palabras.

La familia, que responde a la llamada de Jesús, vuelve a entregar la dirección del mundo a la alianza del hombre y de la mujer con Dios. La familia que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, se convierte en el vino bueno de las bodas de Caná y fermenta como la levadura de Dios.


Nuestras comunidades se han convertido en desiertos por falta de amor, por falta de una sonrisa. Muchas diversiones, muchas cosas para perder tiempo, para hacer reír, pero falta el amor. La sonrisa de una familia es capaz de cambiar estos desiertos.

Donde hay una familia con amor, esta familia es capaz de cambiar el corazón de toda una comunidad con su testimonio de amor.

Cfr. Audiencia Papa Francisco 2 de septiembre del 2015.