En ninguna historia familiar faltan los momentos
donde la intimidad de los afectos más queridos es ofendida por el
comportamiento de uno de sus miembros, Palabras, acciones y omisiones que, en
vez de expresar amor, lo apartan, o aún peor lo acaban.
Cuando estas heridas, que son remediables, se
descuidan, se agravan: se transforman en prepotencia, hostilidad y desprecio. Y
en este momento pueden hacerse más profundas, dividiendo al marido y la mujer,
e inducen a buscar en otra parte comprensión, apoyo y consolación. Pero a
menudo estos “apoyos” no piensan en el bien de la familia.
La pérdida del amor conyugal ocasiona resentimiento
en las relaciones y, con frecuencia este resentimiento y esta división “cae”
sobre los hijos. Son los niños los que resultan más lastimados y con heridas en
su alma.
Preguntémonos… ¿Sabemos qué es una herida del alma?,
¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta a un niño, en las familias que se
tratan mal y donde se rompe el vínculo de la fidelidad conyugal?, ¿Cuánto pesan
nuestras decisiones equivocadas en el alma de un niño?
Cuando los adultos pierden la cabeza, cuando cada
uno piensa sólo en sí mismo, cuando papá y mamá se hacen daño, el alma de los
niños sufre mucho, experimenta la desesperación, y son heridas que dejan marca
toda la vida.
Cuando un hombre y una mujer, que se comprometieron
a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensan de manera obsesiva en
sus exigencias de libertad y gratificación personal, esta actitud mella
profundamente en el corazón y la vida de los hijos, que son carne de su carne.
Todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la
carne viva de los hijos
Por otra parte, es verdad que hay casos donde la
separación es inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente
necesaria, cuando se trata de proteger al cónyuge más débil, o a los hijos
pequeños de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia,
el desaliento, la explotación y la indiferencia.
No faltan, gracias a Dios, esposos que apoyados en
la fe y en el amor por los hijos, dan testimonio de su fidelidad a un vínculo
en el que han creído, aunque parezca, a veces imposible hacerlo revivir. Sin
embargo, no todos los separados sienten esta vocación, no reconocen en la
soledad el llamado que el Señor les dirige.
A nuestro alrededor tenemos familias que sufren las
heridas de la separación, ¿Cómo ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo lograr que
los niños no se conviertan en rehenes del papá o de la mamá?
Pidamos al Señor una fe grande, para mirar la
realidad con la mirada de Dios; y una gran caridad, para acercarnos a las
personas con un corazón misericordioso.
Cfr. Audiencia Papa Francisco 24 de junio del 2015.