Nuestra reflexión de este mes está dedicada a una
característica esencial de la familia, su natural vocación a educar a los hijos
para que crezcan en la responsabilidad de sí mismos y de los demás.
“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso
agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el
ánimo” (Col. 3, 20-21).
Esta es una regla sabia: los hijos educados en la
escucha y obediencia a los padres, quienes no tienen que mandar de mala manera,
para no desanimar a los hijos.
Los hijos deben crecer paso a paso, si los padres
los toman de la mano y les ayudan a crecer con paciencia, las cosas irán bien,
pero si se les pide a los hijos que hagan cosas que no son capaces de hacer,
pueden caer en el desaliento. Por ello la relación entre padres e hijos debe
ser de una sabiduría y un equilibrio muy grande.
En esta vocación no faltan las dificultades. Es
difícil para los padres educar a los hijos que sólo ven por la noche, cuando se
regresa a casa cansados del trabajo, los padres deben buscar la armonía entre sus trabajos y la educación familiar
Para los padres separados es aún más difícil, sobre
todo cuando se toma a los hijos como rehenes, cuando el papá habla mal de la
mamá y la mamá habla mal del papá, en esta situación no deben ser los hijos
quienes carguen el peso de la separación, el papá y la mamá deben hablar bien
el uno del otro, aunque no estén juntos, esto es muy difícil, pero es muy
importante.
En nuestros días la educación familiar y la familia
misma ha sido acusada, entre otras cosas, de autoritarismo, favoritismo,
conformismo y represión afectiva que genera conflictos. Se ha abierto una
brecha entre familia y sociedad, entre familia y escuela, al mismo tiempo han
surgido “expertos”, que han ocupado el papel de los padres, incluso en los
aspectos más íntimos de la educación. Así los padres corren el riesgo de
excluirse de la vida de sus hijos.
Como respuesta a estas dificultades de la misión educativa
de las familias, iluminados por la luz de la Palabra de Dios, tengamos como
base el amor, el amor que Dios nos da, con este amor, con ternura y con
paciencia se crece y se educa en la familia, recordemos que Jesús mismo pasó
por la educación familiar.
La educación familiar es la columna vertebral del
humanismo, su irradiación en la sociedad es el recurso que permite compensar
las lagunas, las heridas y los vacios de paternidad y maternidad que tocan a
los hijos menos afortunados. Si somos protagonistas de la educación de nuestros
hijos muchas cosas cambiaran positivamente en nuestras comunidades.
Las familias cristianas debemos pedirle al Señor la
fe, la libertad y la valentía necesarias para nuestra misión, que el Señor nos
conceda la gracia de no autoexiliarnos de la educación de nuestros hijos, que
nos permita cumplir esta misión de manera plena con amor, ternura y paciencia.
Cfr. Audiencia del Papa Francisco 20
de mayo del 2015