En este mes nuestra reflexión está dedicada a tres
palabras, importantes en la vida de la familia, estas palabras son “permiso”, “gracias”, “perdón”.
Estas palabras abren camino para vivir bien en la
familia, para vivir en paz. Son palabras sencillas, pero no tan sencillas de
llevar a la práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de custodiar la
casa, incluso en las dificultades y pruebas; si faltan, se abren grietas que
pueden provocar que se derrumbe.
Estas palabras también las conocemos como las palabras
de la “buena educación”, una persona educada pide permiso, dice gracias o se
disculpa si se equivoca. San Francisco de Sales decía que “la buena educación es ya media
santidad”
Sin embargo debemos tener cuidado que esta “buena
educación” no sea solamente mero formulismo, que no sea una máscara, detrás de
la cual se esconda la aridez del ánimo y el desinterés por nuestro prójimo. No
estamos exentos de este riesgo, por lo que debemos vivir la buena educación de
una manera autentica, donde las buenas relaciones estén firmemente enraizadas
en el amor al bien y respeto del otro.
La primera palabra es
“permiso”.
Cuando nos preocupamos de pedir las cosas con
gentileza, ponemos un verdadero amparo al espíritu de convivencia matrimonial y
familiar. Entrar en la vida del otro, incluso cuando forma parte de nuestra
vida, pide la delicadeza de una actitud no invasora, que renueva la confianza y
el respeto.
No lo olvidemos, antes de hacer algo en familia
digamos; “permiso, ¿puedo hacerlo? ¿Te gusta que lo haga así?”. Es un lenguaje
educado, lleno de amor. Y esto hace mucho bien a las familias.
La segunda palabra es
“gracias”.
Hoy en día en nuestra sociedad, las malas maneras y
las malas palabras se extienden como si fuesen un signo de emancipación, las
escuchamos en todas partes, incluso públicamente. La amabilidad y la capacidad
de dar gracias son vistas como un signo de debilidad y a veces suscitan incluso
desconfianza.
Esta tendencia se debe contrarrestar en el seno de
nuestras familias, en la vida familiar debemos cuidar lo que se refiere a la
educación, a la gratitud, al reconocimiento: la dignidad de la persona y la
justicia social pasan por esto, si la vida familiar descuida estos valores, la
sociedad los pierde.
La gratitud, para nosotros los creyentes, está en el
corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe dar gracias es alguien que ha
olvidado el lenguaje de Dios la gratitud
es una planta que crece sólo en las almas nobles.
La tercera palabra es “perdón”.
Perdón es una palabra difícil, sin embargo es tan
necesaria en la vida familiar, que cuando falta, se abren pequeñas grietas, que
aún sin querer se convierten en fosas profundas. No es casualidad que en la
oración que Jesús nos enseño, El “Padre Nuestro”, encontremos esta expresión:
“perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden” (Mt 6,12).
Reconocer el hecho de haber faltado, y el deseo de
reparar el daño causado, nos hace dignos del perdón. Si no somos capaces de
disculparnos, tampoco seremos capaces de perdonar. En la casa donde no se pide
perdón comienza a faltar el aire y el agua se estanca, muchas heridas de los
afectos y muchos problemas familiares comienzan por la pérdida de esta preciosa
palabra.
En la vida familiar se discute, esto es inevitable,
pero el autentico problema es que estos sentimientos negativos persistan en los
días siguientes, si se discute se deben hacer las paces; con pequeños gestos,
con una caricia sin palabras se vuelve a la armonía familiar, pero es necesario
no dejar que termine el día para pedir perdón, no es fácil, pero se debe hacer.
Estas tres palabras-clave de la familia son palabras
sencillas, pero que en ocasiones las descuidamos demasiado. Que el Señor nos
ayude a ponerlas en su sitio, en nuestro corazón, en nuestra casa y en nuestra
convivencia diaria, son las palabras para entrar precisamente en el amor de la
familia.
Cfr. Audiencia del Papa Francisco 13
de mayo del 2015