En este mes nuestra reflexión
de la familia está dedicada a la pareja hombre-mujer y el matrimonio.
Al inicio de su Evangelio, San
Juan, narra el episodio de las bodas de Caná, donde están presentes la Virgen
María y Jesús con sus discípulos (Jn 2, 1-11), Jesús no solo participó en el
matrimonio, sino que “salvo la fiesta” con el milagro del vino. El primero de
sus signos prodigiosos se da en el contexto de un matrimonio, en una fiesta de bodas,
en la unión de un hombre y una mujer que se aman y que son la obra maestra de
la creación.
Desde aquel tiempo hasta
nuestros días, muchas cosas han cambiado, pero este signo de Cristo contiene un
mensaje siempre valido.
Hoy no es fácil hablar del matrimonio
como de una fiesta que se renueva con el tiempo, en las diversas etapas de la
vida de los cónyuges. Las personas que se casan son cada vez menos, los jóvenes
no quieren casarse. Aumenta el número de separaciones, el número de hijos
disminuye, y ante las dificultades de la vida de pareja los vínculos se rompen
con mayor frecuencia y rapidez. Las victimas más importantes en una separación
son los hijos.
Una de las preocupaciones que
surgen hoy en día es la de los jóvenes que no quieren casarse, otros prefieren
una convivencia “de responsabilidad limitada”, los jóvenes –incluso entre los
bautizados- tienen poca confianza en el matrimonio y en la familia. Las
dificultades no son solo de carácter económico, muchos consideran que esto se
debe a la emancipación de la mujer, pero esto es una falsedad, y no deja de ser
una forma de machismo, al querer culpar a la mujer de forma injusta.
En realidad, casi todos los
hombres y mujeres quisieran una seguridad afectiva estable, un matrimonio
solido y una familia feliz, pero hay miedo a equivocarse y al fracaso, este es
el obstáculo más grande y que impide el acoger la Palabra de Cristo, que
promete su gracia a la unión conyugal y a la familia.
El testimonio más persuasivo de
la bendición del matrimonio cristiano es la vida buena de los esposos
cristianos y de la familia. ¡No hay mejor modo de expresar la belleza del
sacramento! El matrimonio consagrado por Dios custodia el vínculo entre el
hombre y la mujer que Dios bendijo desde la creación del mundo; y es fuente de
paz y de bien para toda la vida conyugal y familiar.
La semilla cristiana de la
igualdad radical entre cónyuges hoy debe dar nuevos frutos. El testimonio de la
dignidad social del matrimonio llegara a ser persuasivo por este camino, el de
la reciprocidad y complementariedad entre ellos. Por eso, como cristianos,
tenemos que ser más exigentes al respecto. Las mujeres tienen los mismos
derechos ¡La desigualdad es un auténtico escándalo! Al mismo tiempo es
necesario reconocer como riqueza siempre válida la maternidad de las mujeres y
la paternidad de los hombres, en beneficio, sobre todo de los niños.
No tengamos miedo de invitar a
Jesús a la fiesta de bodas, de invitarlo a nuestra casa, para que esté con
nosotros y proteja a la familia. Y no tengamos miedo de invitar a su madre
María.
Los cristianos, cuando se “casan en el Señor”, se transforman en un
signo eficaz del amor de Dios. No se casan sólo para sí mismos: se casan en el
Señor a favor de toda la comunidad y de toda la sociedad.
(Cfr.
Catequesis Papa Francisco 29 de abril de 2015)