lunes, 27 de noviembre de 2017

El Matrimonio 1ª parte

En este mes nuestra reflexión de la familia está dedicada a la pareja hombre-mujer y el matrimonio.



Al inicio de su Evangelio, San Juan, narra el episodio de las bodas de Caná, donde están presentes la Virgen María y Jesús con sus discípulos (Jn 2, 1-11), Jesús no solo participó en el matrimonio, sino que “salvo la fiesta” con el milagro del vino. El primero de sus signos prodigiosos se da en el contexto de un matrimonio, en una fiesta de bodas, en la unión de un hombre y una mujer que se aman y que son la obra maestra de la creación.

Desde aquel tiempo hasta nuestros días, muchas cosas han cambiado, pero este signo de Cristo contiene un mensaje siempre valido.

Hoy no es fácil hablar del matrimonio como de una fiesta que se renueva con el tiempo, en las diversas etapas de la vida de los cónyuges. Las personas que se casan son cada vez menos, los jóvenes no quieren casarse. Aumenta el número de separaciones, el número de hijos disminuye, y ante las dificultades de la vida de pareja los vínculos se rompen con mayor frecuencia y rapidez. Las victimas más importantes en una separación son los hijos.



Una de las preocupaciones que surgen hoy en día es la de los jóvenes que no quieren casarse, otros prefieren una convivencia “de responsabilidad limitada”, los jóvenes –incluso entre los bautizados- tienen poca confianza en el matrimonio y en la familia. Las dificultades no son solo de carácter económico, muchos consideran que esto se debe a la emancipación de la mujer, pero esto es una falsedad, y no deja de ser una forma de machismo, al querer culpar a la mujer de forma injusta.


En realidad, casi todos los hombres y mujeres quisieran una seguridad afectiva estable, un matrimonio solido y una familia feliz, pero hay miedo a equivocarse y al fracaso, este es el obstáculo más grande y que impide el acoger la Palabra de Cristo, que promete su gracia a la unión conyugal y a la familia.

El testimonio más persuasivo de la bendición del matrimonio cristiano es la vida buena de los esposos cristianos y de la familia. ¡No hay mejor modo de expresar la belleza del sacramento! El matrimonio consagrado por Dios custodia el vínculo entre el hombre y la mujer que Dios bendijo desde la creación del mundo; y es fuente de paz y de bien para toda la vida conyugal y familiar.



La semilla cristiana de la igualdad radical entre cónyuges hoy debe dar nuevos frutos. El testimonio de la dignidad social del matrimonio llegara a ser persuasivo por este camino, el de la reciprocidad y complementariedad entre ellos. Por eso, como cristianos, tenemos que ser más exigentes al respecto. Las mujeres tienen los mismos derechos ¡La desigualdad es un auténtico escándalo! Al mismo tiempo es necesario reconocer como riqueza siempre válida la maternidad de las mujeres y la paternidad de los hombres, en beneficio, sobre todo de los niños.

No tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de bodas, de invitarlo a nuestra casa, para que esté con nosotros y proteja a la familia. Y no tengamos miedo de invitar a su madre María.



Los cristianos, cuando se “casan en el Señor”, se transforman en un signo eficaz del amor de Dios. No se casan sólo para sí mismos: se casan en el Señor a favor de toda la comunidad y de toda la sociedad.

(Cfr. Catequesis Papa Francisco 29 de abril de 2015)