En este mes nuestra reflexión
de la familia está dedicada a las realidades de la relación entre hombre y
mujer.
En el segundo relato de la
creación leemos: “el señor después
de crear el cielo y la tierra, modeló al hombre del polvo del suelo e insufló
en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo” (Gen 2,7).
Es
el culmen de la creación. Dios observa al hombre solo - le falta algo -, sin la
mujer, el hombre es libre, es señor… pero no hay plenitud. Y Dios ve que esto “no es bueno” y añade:
“voy a hacerle a alguien como él, que le ayude”
(Gen 2,18).
Cuando
Dios le presenta a la mujer, el hombre se llena de alegría por esa criatura,
solo ella es parte de él: “es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gen 2,23).
La mujer no es una “réplica” del hombre; viene directamente del gesto creador
de Dios.
La
imagen de haber sido creada de la
costilla del hombre, no expresa inferioridad o subordinación; sino que ambos están
hechos para la comunión y la reciprocidad.
Dios plasma a la mujer mientras el hombre duerme, destacando que la
mujer no es de ninguna manera creatura
del hombre, sino de Dios.
La
confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a quienes confía la tierra, es
generosa, directa y plena, se fía de ellos.
Pero el maligno introduce sospecha,
incredulidad, desconfianza. Caen en ese delirio de omnipotencia que
contamina todo y destruye la armonía.
El
pecado genera desconfianza y división
entre el hombre y la mujer. Su relación
se ve asechada por mil formas de abuso y
sometimiento, seducción engañosa y prepotencia humillante; los excesos
negativos de las culturas patriarcales, las múltiples formas de machismo, donde
la mujer es considerada de segunda clase, la instrumentalización y
mercantilización del cuerpo femenino en los medios de comunicación.
En
nuestros días existe una epidemia de desconfianza, escepticismo e incluso
hostilidad con respecto a la alianza entre hombre y mujer, no se cree posible
que sea una relación capaz de vivir la intima comunión y al mismo tiempo
custodiar la dignidad de la diferencia.
La
desvalorización social de la alianza entre el hombre y la mujer es ciertamente
una perdida para todos. ¡Tenemos que volver a dar el honor debido al matrimonio
y a la familia! Cuando el hombre y la mujer se encuentran, el hombre debe dejar
algo para que este encuentro sea pleno –Por ello el hombre dejara a su padre y
a su madre para ir con ella- esto significa comenzar un nuevo camino.
El
hombre es todo para la mujer y la mujer es toda para el hombre. La custodia de
esta alianza del hombre y la mujer para nosotros los creyentes es una vocación
comprometedora y apasionante.
En
la parte final del relato de la creación
se nos entrega un ícono bellísimo “el Señor Dios hizo túnicas de piel
para Adán y su mujer y los vistió” (Gen 3,21) es una imagen de ternura hacia
esa pareja pecadora, la ternura de Dios hacia el hombre y la mujer. Es una
imagen de cuidado paternal hacia la
pareja humana. Dios mismo cuida y protege su obra
maestra.
(Cfr.
Catequesis Papa Francisco 22 de abril de 2015)