Este
mes completamos la reflexión sobre los niños, que son el fruto más bonito de la
bendición que el creador ha dado al hombre y la mujer.
Hoy
lamentablemente debemos hablar de las “historias difíciles” que viven muchos de
ellos.
Numerosos
niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su
futuro.
Algunos
se atreven a decir, casi para justificarse, que fue un error que vinieran
al mundo. ¡Esto es vergonzoso! no
descarguemos sobre nuestros niños
nuestras culpas.
Los niños nunca son “un error”. Su hambre no
es un error, como no lo es su pobreza,
su fragilidad, su abandono –tantos niños abandonados en las calles- y no lo es tampoco su ignorancia y su
incapacidad.
Si
acaso estos son motivos para amarlos más, con mayor generosidad. ¿Qué hacemos
con las solemnes declaraciones sobre los derechos de los niños?
Quienes
tienen la tarea de gobernar, de educar y
todos los adultos… somos responsables de los niños y de hacer cambiar esta
situación. Cada niño marginado,
abandonado que vive mendigando es un grito que se eleva a Dios y que acusa al
sistema que nosotros adultos hemos construido.
Muchos
de estos niños son presa fácil de los delincuentes que los explotan.
Pero
también hay niños que están en familia y
viven crisis que los marcan de forma significativa por los
vacios educativos y malas condiciones de vida. Son infancias violadas en el
cuerpo y el alma.
Sobre los niños caen las consecuencias de una
vida desgastada por trabajos precarios y mal pagados, por horarios extenuantes,
por transportes ineficientes, los niños también pagan el precio de uniones
inmaduras y de separaciones irresponsables.
¡Pero
a ninguno de estos niños los olvida el Padre que está en los cielos! ¡Ninguna
de sus lágrimas se pierde! como tampoco se pierde la responsabilidad social de
las personas, de cada uno de nosotros y de los países.
La
narración del Evangelio es conmovedora; “Entonces le presentaron unos niños a Jesús,
para que les impusiera las manos y orara, pero los discípulos los regañaban.
Jesús dijo: “déjenlos, no impidan que los niños se acerquen a mí; de los que son como ellos es el reino de los
cielos” (Mt 19, 13-15)
Qué
bueno es ver la confianza de los padres para que sus hijos se acerquen a Jesús y la respuesta de Él para con los
pequeños. Cómo desearía que esta fuera
la historia de todos los niños.
Hay
niños con graves dificultades de salud y con
unos padres dispuestos a todo tipo de sacrificios y generosidad, estos padres no deben ser dejados solos, será muy bueno
acompañarlos en sus fatigas.
En
esta época como en el pasado, la Iglesia pone su maternidad al servicio de los
niños y sus familias. A los padres y a los hijos de este mundo nuestro les da
la bendición de Dios, la ternura maternal, la reprensión firme y la condena
determinada. Con los niños no se juega.
Es
verdad que no somos perfectos y cometemos muchos errores, pero cuando se trata
de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será
considerado demasiado costoso para evitar
que los niños sean
abandonados a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres.
El
Señor juzga nuestra vida escuchando lo que le refieren los ángeles de los
niños, ángeles “que están viendo siempre en los cielos el rostro de mi
Padre Celestial” (Mt 18,10). Preguntémonos
siempre ¿qué le contarán a Dios de
nosotros esos ángeles de los niños?
(cf.
Catequesis Papa Francisco, 8 de abril de
2015)