Este mes continuamos la reflexión sobre los abuelos, considerando la importancia de su papel en la familia.
El Papa Francisco se identifica con los abuelos y nos
comparte: “…Cuando estuve en Filipinas, el pueblo filipino me saludaba
diciendo: -Lolo Kiko- es decir abuelo Francisco”
La sociedad tiende a descartar, pero, el Señor no
nos descarta nunca. Él nos llama a seguirlo en cada edad de la vida y también la ancianidad contiene una gracia y
una misión.
Es importante el testimonio de los ancianos en la
fidelidad, las historias de ancianos que se entregan por los demás y también
las historias de parejas de esposos de 50 o más años de matrimonio.
El evangelio nos habla de Simeon y Ana, ancianos de 84 años que esperaban la venida de Dios cada día con fidelidad. Esa larga espera continuaba ocupando toda su vida. Esperar al señor y rezar.
Cuando José y María llegaron al templo se movieron animados por el espíritu santo, el peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Reconocieron al niño y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea; dar gracias y dar testimonio.
Queridos abuelos convirtámonos de esta misma manera, un poco en poetas de la oración; cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios.
La oración de los abuelos y los ancianos es un gran don para la iglesia, es una riqueza, una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana, sobre todo para la que está demasiado ocupada, demasiado distraída.
Miremos al papa Benedicto XVI quien eligió pasar en la oración y la escucha de Dios el último período de su vida ¡esto es hermoso! Necesitamos abuelos que recen porque la vejez se nos dio precisamente para esto. Para dar gracias por los beneficios recibidos y llenar el vacío de la ingratitud. Para interceder por las expectativas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y a los sacrificios de las generaciones pasadas.
Podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es una vida árida. Podemos decir a los jóvenes miedosos que la angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más alegría en dar que en recibir.
Los abuelos y las abuelas forman el coro permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración, la suplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.
La oración purifica incesantemente el corazón y previene que el resentimiento y el egoísmo lo endurezcan. Es hermoso el aliento que los mayores logran trasmitir a los jóvenes que buscan el sentido de la fe y de la vida. Esta es la verdadera misión de los abuelos y la vocación de los ancianos.
¡Necesitamos una iglesia que desafíe la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los mayores!